FLORENTINO BUSTOS E.
(Ipiales, enero 5 de 1893- febrero 14 de 1971)
A los 46 años de su muerte
Por.
J. Mauricio Chaves-Bustos
El
“Poeta Bustos” como fue y es tradición decir en Ipiales, constituye la esencia
de un hombre que se entregó de lleno a su terruño y a su labor, que no fue otra
que la poesía, a la que le dedicó su tiempo, su fortuna y su genio. Como bien
lo dice el Dr. Julio Cesar Goyes “El poeta Bustos es nuestro padre simbólico”,
en la medida que con él arranca el oficio del escritor en el Sur de Colombia,
con una obra meditada y sentida, poemas románticos en donde se experimentaba
con la forma y se pulían los versos arrancados de las entrañas, fue un poeta
único en su género, ya que no hizo más que escribir, incursionó en el
periodismo, fundando los periódicos “Nubes Verdes” y “Sur de Colombia”, además
colaboró en la mayoría de revistas y periódicos que se editaban en su época en
Nariño.
Florentino
Bustos Estupiñán, constituye, sin lugar a dudas, el epítome del escritor de
oficio. Así se lo conoció en Ipiales, su amado pueblo, su ensoñación, meta de
todos sus esfuerzos y desvelos literarios. Desde temprana edad tomó como
vocación el ejercicio de escribir, tanto en los incipientes periódicos que
circulaban a inicios del siglo XX en el Sur occidente colombiano, como en la
prensa de otros rincones de la patria, inclusive su obra poética fue
seleccionada en los Cuadernos Hispanoamericanos, de la Casa Maucci de
Barcelona, donde, por demás, inaugura en cierta medida, el ejercicio de
reportero gráfico en Nariño, ya que aparecen en dichos cuadernos una serie de
fotografías del Ipiales de antaño, así como alusiones a estas tierras del Sur
colombiano. Hizo de periodista, de historiador, de gramático, de difusor
cultural, bien desde sus propios periódicos como Nubes Verdes, Sur de Colombia
o la Palabra o en esa serie de bellas revistas y periódicos de la región, en
donde discurrían serios debates sobre el acontecer ciudadano, la política, la cultura,
el civismo, todo enmarcado con el piélago del respeto y el sano criterio. Así
era Bustos.
Pero
se lo recuerda como Poeta, El Poeta, en Ipiales, hasta hace algunos años, era
alusión a Florentino Bustos. Pero no fue un título gratuito que le obsequió su
pueblo. En su auto apostolado literario, se detuvo en la lectura de los grandes
clásicos de la literatura castellana, por eso su estilo soberbio, cuando no
fastuoso y siempre lírico. Se reconoció como un sujeto con un propósito específico
en la vida, la de escribir, y a la par, la de servir y sentir con las entrañas
el amor a su pueblo:
¡Amo al pueblo también! Quién no se inspira
ante tanta bondad, tanta grandeza
por eso, en mi cantar y en roca lira
¡el corazón le doy y mi altiveza!
¡Amo al pueblo también! Mi alma suspira
al verlo perseguido con rudeza;
ufano, con fervor me enciendo en ira,
como león de indómita fiereza.
¡Amo al pueblo también! Es mi tesoro,
es mi honda inspiración: numen, cordaje.
¡Amo al pueblo también! Respeto imploro
para el fuerte titán, por su coraje...
¡Amo al pueblo también! Solo, contrito
oraré yo por él, al infinito.
La
palabra fue su aliento. El verbo lo reclamaba insistentemente, lo hizo su
cofrade. La pluma le fue consustancial a su existencia. Por eso admiraba, no
sin razón, a aquellos grandes que entendían que el oficio de escribir es la
esencia de la humanidad, Bustos entendió que mediante la escritura se podía
dejar no solamente testimonio de la razón, en una episteme que busca
afanosamente el desarrollo, en una herencia occidental que nos pesa y nos
pesará siempre, sino que también en la palabra poética se podía dejar
constancia de lo entitivo, de lo pulsional, no es ya la razón obtusa en el
capricho del progreso, sino el testimonio del sentimiento, de lo inconsciente,
ya que Bustos también fue presa de una transverberación donde sentía, no como
Santa Teresa dolor de amor en Dios, sino dolor de amor en la palabra misma,
bueno, San Juan equipara a Dios con el Verbo, no en vano decimos que Bustos,
tan creyente también, transverberara en la palabra.
Yo no puedo callar: aunque mi grito
se pierda en la mudez del firmamento,
yo no puedo callar... En lo infinito
¡brillará rutilante el pensamiento!
Yo no puedo callar: se que proscrito
me lanzaré al azar con ardimiento...
Tendré la consistencia del granito
¡y del Sol el perenne lucimiento!
Yo no puedo callar: nunca se abate
quien tiene un ideal, la Poesía.
Yo no puedo callar: en el combate
fustigaré el error, la hipocresía.
El cóndor sólo cae al golpe fuerte
del ala inexorable de la muerte.
Bustos
tuvo también la vida del poeta clásico. Sus faenas diarias transcurrían entre
la conversación, la escritura, los paseos por la ciudad o sus alrededores, las
visitas a los amigos, los colegas. Eran otras épocas, donde en los cafés se
hacían verdaderas tertulias literarias, donde Bustos, como lo anota Leopoldo
López Álvarez, se destacaba por algo que fue cualidad en él, el repentísimo,
donde improvisaba sonetos, romances, en un estilo perfecto y con una armonía
depuraba que asombraba a neófitos y a expertos. Terno de vestimenta, en diario
luto por todo aquello que moría a cada instante. Sombrero Borzalino, bastón y
mostacho a lo Chaplin. Solterón empedernido, aunque pulula el verso firme por
los amores que seguramente fueron, y sobre aquellos imposibles, su poesía está
cargada de ese amor físico contenido, pero también muestra la firmeza del
hombre que ama en, con y desde el espíritu, propio de la corriente poética en
la que se matriculó y se reconoció, la del romanticismo, aunque también es
moderno y algo parnasiano, es decir que confluye el sentimiento y la belleza
trazados en rimas y estructuras literarias perfectas; esa carga relacional
contenida en un celibato poco comprendido, aflora y se hace éxtasis en su
palabra, la poesía es el torrente que le permite descargar toda esa fuerza
contenida, de ahí un erotismo sutil en sus versos, la insinuación del caballero
que desea pero que se contiene, es el ejercicio del subconsciente que debe
manifestarse frente a la pulsión contenida
Hoy se
busca volver a recordar al hombre, al poeta, al nariñense comprometido, ya que
su palabra sintiente sigue siendo un legado para quienes seguimos el camino de
las letras, si bien su nombre se pierde en la memoria de su natal Ipiales, su
legado sigue latente, como una sombra, en ese hombre que hizo de la poesía su
mansión y su destino.
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